Luego del fracaso de su segundo intento de vacar la Presidencia en los primeros ocho meses de este quinquenio, todo indica que la oposición no va a cejar en su terca determinación e irá ahora por la destitución del presidente.
Como ya es público, la vacancia por causal de “incapacidad moral
permanente” es una barbarie que carece de debido proceso y consiste en lo que
se le antoje a la mayoría de turno en el Congreso. La vacancia por destitución,
en cambio, es una figura constitucional que tiene un debido proceso e involucra
a la subcomisión de Acusaciones, a la Comisión Permanente y al Pleno del
Congreso. El proceso se sigue rigurosamente con plazos cerrados y plazos
abiertos que pueden modificar su duración. No obstante, los conocedores estiman
improbable que el proceso entero tome menos de tres meses y piensan que,
eventualmente, puede llevar cuatro o cinco.
Para entonces ya habrá un nuevo presidente del Congreso.
De prosperar la destitución, asume el primer vicepresidente hasta el
final del periodo. Salvo, claro, que la oposición decida vacar nuevamente la
Presidencia para que, como manda la Constitución, asuma el presidente del
Congreso y convoque de inmediato a elecciones.
Ese, precisamente, parece haber sido desde el principio el plan de la
oposición, ya que, desde su punto de vista, cambiar al presidente actual por su
vicepresidenta es solo más de lo mismo.
Pero en cuatro meses más habrá un nuevo presidente del Congreso o estará por haberlo. La nueva Mesa Directiva del Congreso se elige todos los años el 26 de julio, llueva o truene.
Una destitución en proceso convertirá la elección de la Mesa Directiva
del Congreso en una feria: la virtual elección de un potencial presidente de la
República sin el pueblo, solo entre congresistas. Un espectáculo grotesco.
La oposición no sabe para quién trabaja si insiste en su plan
descabellado.
Es hora de que reinvente toda su estrategia.
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