Parece la típica maniobra destinada a ganar tiempo y de tener una carta de negociación con los gremios y las comunidades en conflicto, para seguir alentando la polarización, y que se usa pese a que tiene asegurado el fracaso. La propuesta presidencial de someter la convocatoria de la Asamblea Constituyente a un referéndum en octubre, junto con las elecciones regionales y municipales 2022, tiene toda la apariencia de un salto al vacío, sabiendo que no pasará por los filtros del Congreso y que no existe el momento constituyente.
Como estrategia de sobrevivencia, deja en claro la desesperación de sus
autores. No hay soluciones a los reclamos, no hay obras en marcha, no hay
gestión de gobierno, no hay coordinación entre sectores ni resultados que
mostrar. Entonces, se usa malamente la Asamblea Constituyente para acallar la
protesta, extremar el debate político y buscar distraer con un tema que merece
atención, respeto, debate y que se malbaratea por intenciones subalternas.
La Asamblea Constituyente y una nueva Constitución responden, sin duda, a
la esperanza de cambio para muchos peruanos. Ha sido una demanda largamente
ansiada y ha coexistido en estrecha relación con el antifujimorismo, la lucha
contra el régimen y la posterior acción cívica en las calles para evitar la
elección de la heredera del dictador.
Son veinte años de construcción de un sentido común que no debía dejar
dudas sobre la necesidad de un nuevo pacto social que establezca los roles del
Estado, la empresa privada, los inversionistas, etc. Toda esta labor se ha
echado por la borda para adecuarla al mandato de Cerrón y a la obediencia de
Castillo, cuyo gobierno se hunde inexorablemente en el descrédito. Ahora la
Constituyente es una tabla de salvación en medio de un mar de protestas
irresueltas.
El debate sobre la nueva Constitución es de tal importancia, que no merece
ser mal utilizado en este escenario donde tanto el Ejecutivo como el Congreso
no cuentan con respaldo popular suficiente, la Comisión de Constitución perfora
y perfora la actual Carta Magna, los partidos políticos son fábricas de firmas
y estamos en medio de una crisis política generalizada, donde imperan la
inestabilidad y la corrupción.
Lo prudente siempre fue alentar el mayor debate posible sobre la necesidad
de una nueva Constitución. El momento constituyente es resultado de este
proceso y no un acto voluntarioso de quien parece no encontrar otra puerta de
escape.
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