Ahora que Castillo se tambalea por sus propias carencias y desatinos, pero también por lo trasnochada de su ideología, sus socios primigenios de la izquierda local, que se embarcaron con él para sostener un gobierno que buscaba hacer retroceder al Perú con un proyecto político obsoleto, han decidido saltar públicamente por la borda.
No solo eso, en su
intento de marcar distancias para no chamuscarse con el oficialismo, improvisan
severas críticas a la gestión de la que ellos participaron y contribuyeron a aupar
con los técnicos de los que obviamente carecía la hueste cerronista, que una
estadística actualizada situaría –a los recomendados de Vladimir– hoy más cerca
de los archivos criminales que de colegios profesionales o universidades de
prestigio.
Es cierto que desde
el principio las cabezas visibles de Perú Libre manifestaron su desprecio por
lo que ellos denominaban la izquierda “caviar” o “pituca”, encarnada en los
partidos Nuevo Perú y Frente Amplio. Desprecio que, cuando miembros de esos
partidos fueron reclutados para encabezar ciertos ministerios en los primeros
meses de este gobierno, se convirtió en un rechazo total que hasta hoy enfurece
a Vladimir Cerrón, como se puede apreciar en sus constantes tuits acusándolos
de traidores y demás denostaciones bolcheviques.
Como suele decirse,
no hay peor enemigo de un izquierdista que otro izquierdista. Sin embargo, los
líderes de esos grupos que hoy intentan desmarcarse de la administración
Castillo –Verónika Mendoza, Mirtha Vásquez– fueron inocultables cómplices del
desastre, casi tanto como Cerrón y los suyos.
Sin ir muy lejos, la
presidenta en funciones de Nuevo Perú, Anahí Durand, acaba de “poner su cargo
(partidario) a disposición” pues, al revelarse que era una caletísima
consultora de la PCM, antes que encabezar un partido minúsculo, prefirió
obviamente quedarse con su sueldo de asesora.
Después de callar en
todos los idiomas durante estos 8 meses, cuando les abrían la puerta de Palacio
y colocaban a su gente en puestos bien remunerados de la administración
pública, han decidido lanzarse tardíamente contra un gobierno que ya desde el
principio daba muestras elocuentes de insolvencia moral e incapacidad.
Es imposible soslayar
el hecho de que, si Castillo llegó hasta este nivel de descalabro, la izquierda
local también aportó lo suyo.
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