“Ya sufrimos lo que significó el manejo estatal de las empresas: malos manejos, quiebras, endeudamiento e inflación descontrolada”.
Mientras la mamá intentaba explicar al niño de seis años lo que significaba
democracia, este interrumpe para preguntarle si los niños también pueden votar.
La respuesta fue que no, que tenían que cumplir 18 años para hacerlo, agregando
en voz más baja: “aunque seguro hubieran votado mejor que los adultos”. El niño
escuchó el comentario y de inmediato respondió: “¡Ah lo dices porque votaron
por Pedro Castillo!”.
Una amiga, fan del deporte, hace la siguiente comparación: “Para dirigir a
la selección de fútbol, buscamos al mejor entrenador: con liderazgo,
conocimiento y experiencia reconocidos. Este, a su vez, convoca y evalúa a los
mejores jugadores para armar al equipo. ¡No se contrató al profesor de
educación física de una escuela primaria para darle la oportunidad de que
aprendiera en el camino, convocando a sus amigos para jugar una pichanguita!
Obviamente, no hemos tenido el mismo cuidado cuando elegimos al presidente ni a
los congresistas”. Y los resultados los vimos desde que un hombre escondido
bajo un sombrero (de día) y una gorra (de noche) convocó a su primer (segundo,
tercer y, ¿en cuál vamos?) gabinete. Y las consecuencias de la incapacidad las
sufre la población.
Es cierto que hoy la inflación es un fenómeno mundial, la guerra en Ucrania
y las dificultades logísticas han aumentado los costos de producción,
transporte y abastecimiento, que se trasladan al precio que pagan los
consumidores. Pero, el bloqueo de carreteras que impide que los productos
lleguen a los consumidores, el apoyo a huelgas que restan ingresos al turismo
(uno de los sectores más golpeados en la pandemia) o la toma de minas reduciendo
empleo, ingresos de dólares por exportación y de impuestos para que el Estado
los destine a lo que tiene que hacer, son “fina cortesía” de un gobierno cuyo
discurso incita a la desunión y, por tanto, la destrucción de una nación.
Distinto a lo que pasa cuando Perú juega un partido y todos somos peruanos,
¿verdad?
Paradójicamente, ante estos problemas, ocasionados por la ineptitud del
Estado, se sugiere el cambio de la Constitución, con la segura intención de
desalentar la inversión privada y promover una mayor intervención del Estado en
la economía. Un Estado que ni siquiera ha podido proveer aquello que ya le
corresponde: brindar salud, educación, seguridad y justicia.
Ya sufrimos lo que significó el manejo estatal de las empresas: malos
manejos, quiebras, endeudamiento e inflación descontrolada. Hablando en serio:
¿le confiarían a Cerrón y sus amigos siquiera el manejo de un puesto en el
mercado?
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