Los últimos cinco presidente electos en Perú terminaron exiliados, presos o muertos. La crisis política marcó el ascenso de una figura desconocida para la mayoría: PEDRO CASTILLO, la nueva ilusión de los sectores postergados. Con el 95 por ciento de los votos contabilizados y una ventaja de casi 0,5 puntos, está a un paso de convertirse en el nuevo presidente.
PEDRO CASTILLO nunca imaginó
estar tan cerca de convertirse en presidente de Perú. Dos meses atrás, la noche
en que el voto popular lo consolidó como uno de los dos candidatos para el balotaje,
las agencias de noticias internacionales ni siquiera tenían su foto. En ese
momento comenzó realmente su campaña: encabezó actos en todo el país, enfrentó
los flashes de las cámaras y los debates y soportó campañas mediáticas en su
contra. El domingo a la noche mientras la candidata de la derecha, Keiko
Fujimori, celebraba el anuncio del boca de urna que la daba ganadora por apenas
0.6 puntos, Castillo apareció públicamente en Tacabamba, Cajamarca, y megáfono
en mano pidió “la más amplia cordura”. Había que esperar los resultados
oficiales.
KEIKO FUJIMORI arrasaba en
la capital del país y apuntaba a dibujar la imagen del triunfo, construirlo a
partir de un festejo televisado. Demasiado para una boca de urna. Una
sobreactuación donde la exaltación ponía debajo de la alfombra al nerviosismo:
nunca hay que gritar un gol antes de que entre la pelota. Ni en el fútbol ni en
la política.
El conteo fue lento. Poco a
poco los votos del sur empobrecido comenzaron a dar vuelta la elección. Los
festejos cambiaron de vereda. Con el 95.7 por ciento de las mesas escrutadas,
Castillo está 77.806 votos por encima de su rival. Keiko se niega a reconocer
la derrota y denuncia -sin mostrar evidencias- “irregularidades” y “fraude”.
Castillo, el profesor de 51 años, está cada vez más cerca de convertirse en el
nuevo presidente electo del Perú.
Alberto Fujimori, Alejandro
Toledo, Alan García, Ollanta Humala y Pedro Pablo Kuczynski. Los últimos cinco
presidentes electos democráticamente en Perú desde 1990 terminaron exiliados,
presos o muertos. En 1992 Fujimori, padre de Keiko y Kenji, cerró el Parlamento
promoviendo un autogolpe de Estado. En noviembre de 2000, por fax, renunció a
la presidencia desde Japón. Toledo gobernó entre julio de 2001 y 2006, trece
años después fue detenido; Alan García entre 2006 y 2011. Se suicidó en 2019
cuando la policía estaba a punto de detenerlo por corrupción en el caso
Odebretch.
Ollanta Humala gobernó entre
2011 y 2016. Como otros países latinoamericanos identificados con gobiernos
neoliberales, Perú creció económicamente, pero sin distribución. Humala había
sido un puñal para los gobiernos nacional-populares de la época: llegó con
horizontes de transformación, en una campaña en la que se lo estigmatizó con ir
hacia el modelo de Hugo Chávez en Venezuela. Aquello caló, Humala terminó
enconsertado y su gobierno fue una continuidad de los anteriores. Un año
después de dejar el poder fue detenido por lavado de activos y asociación
ilícita.
El triunfo de Pedro Pablo
Kuczynski, en 2016, en un disputadísimo ballotage con Keiko Fujimori que
culminó 50.12% a 49.88%, evidenció de forma extrema la crisis política
contemporánea de Perú. El 21 de marzo de 2018, apenas 600 días después de su
asunción, renunció entre denuncias de corrupción y una erosión sistemática de
la bancada fujimorista. Lo reemplazó Martín Vizcarra: cumplió funciones hasta
noviembre del 2020, cuando el Parlamento peruano declaró su “permanente
incapacidad moral”. Manuel Merino ocupó el cargo a sangre y fuego: duró apenas
cinco días en el sillón. Cinco días marcados por las represiones a las
manifestaciones que cuestionaban su legitimidad. “Se metieron con la generación
equivocada” dijeron los jóvenes en las calles.
Tras la eyección de Merino,
Francisco Sagasti se propuso ser un presidente de transición, entre la pandemia
y las elecciones generales de 2021. El fujimorismo se frotó las manos: la
tercera es la vencida, pensó la heredera.
LA APARICIÓN DE CASTILLO
Un sombrero en un balcón. Un
hombre a caballo. Un logo de partido con un lápiz, a contramano de cualquier
focus group. Pedro Castillo Terrones sorprendió a propios y ajenos en la noche
del domingo 11 de abril de 2021. Mientras América Latina asistía a la derrota
de Andrés Arauz -delfín de Rafael Correa- a manos del banquero Guillermo Lasso
en Ecuador, Castillo se convertía en el personaje a descubrir.
EL FANTASMA DEL FANTASMA
Tanto en 2011 como en 2016
pasó algo similar: Keiko Fujimori arañó la presidencia del Perú con el 49 por
ciento de los votos. Perdió con Ollanta Humala primero y con Pedro Pablo
Kuczynski después. En su tercera campaña presidencial, Keiko explotó todos y cada
uno de los clichés de la derecha latinoamericana. “La amenaza es real. Yo sola
no voy a poder revertir estas cifras. Si no hacemos algo el 28 de julio, el día
que Perú cumple 200 años, el comunismo llegará al poder para quedarse. Esto no
se trata solo de ti o de mí, se trata de nuestros hijos”. La voz pausada de
Keiko Fujimori en su primer spot tras las primeras encuestas de cara al
ballotage, que situaban a Castillo con una distancia del 20 por ciento,
contrastaba con la campaña de miedo que buscaba transmitir.
“Hoy enfrentamos una grave
amenaza, al comunismo le tenemos que ganar” se canta en uno de los jingles
oficiales de Fuerza Popular, titulado “Vamos Peruanos”. Allí se recrea la
mítica canción de cancha latinoamericana: el “esta hinchada no te deja de
alentar” es reemplazado por “este partido lo tenemos que ganar”.
A la par sobresalía la
campaña silvestre, paraoficial. “Con comunismo no hay turismo” se leía en un
cartel gigante en la ciudad de Cusco, apenas dos semanas después de la primera
vuelta electoral. En las avenidas Faucett y Javier Prado de Lima aparecieron
carteles con la leyenda “Piensa en tu futuro, no al comunismo”.
¿UN ATENTADO DE SENDERO LUMINOSO?
El domingo 23 de mayo por la
noche, 16 personas fueron asesinadas en un bar de San Miguel del Ene, lugar que
forma parte del denominado Vraem (Valle de los ríos Apurímac, Ene y Mantaro).
Cuerpos acribillados a balazos y luego quemados. Y una presunta prueba: un
panfleto del Militarizado Partido Comunista del Perú.
El lunes las Fuerzas Armadas
emitieron un comunicado en el que señalaron directamente por estos hechos a
Sendero Luminoso, la organización armada que dejó de existir en 1992 cuando fue
detenido su líder, Abigael Guzmán. Buena parte de la prensa concentrada peruana
-y también diversas agencias internacionales- titularon con la hipótesis
senderista. “Buscan paralizarnos y generarnos miedo. Hay que ir a votar, hay
que defender el proceso demorático” dijo Fujimori sobre lo sucedido, buscando
instrumentalizar los hechos.
Todo esto no invalidó una
importante operación mediática: el machaqueo sobre una posible vuelta de
Sendero y el intento por ligar al maestro Pedro Castillo con esta extinta
organización y la masacre. Pretender anexar a Castillo a estos hechos violentos
apenas diez días antes de la segunda vuelta presidencial.
VARGAS LLOSA CON KEIKO, MUJICA CON CASTILLO
El tramo final de la campaña
generó apoyos internacionales para ambos candidatos. Leopoldo López, dirigente
opositor venezolano, se movilizó hacia Lima para denunciar que Castillo buscaba
seguir el camino de Hugo Chávez. El otrora antifujimorista Mario Vargas Llosa
grabó un video en apoyo a Fujimori a través de la Fundación Internacional para
la Libertad. “Si nosotros elegimos al señor Castillo en esta segunda vuelta,
probablemente ya no haya más elecciones libres en la historia del Perú”,
vaticinó. “Ellos son más que ciudadanos, verdaderamente revolucionarios. Esto
en otras palabras quiere decir el establecimiento de un sistema socialista o
comunista, que vendría a añadirse a los sistemas establecidos en Venezuela,
Cuba y Nicaragua” sintetizó el Premio Nobel de Literatura, quien había invitado
a Keiko Fujimori a un evento organizado por la FIL en Quito, Ecuador, con
motivo de la asunción del banquero Guillermo Lasso.
El domingo de la elección, Vargas Llosa fue más allá: publicó una columna en El País, edición América, donde afirmó desear “ardientemente” que Fujimori gane la elección. La reconciliación Vargas Llosa-Fujimori representó un abrazo defensivo del establishment peruano frente a la emergencia de lo plebeyo: Perú Libre aparecía como la verdadera “fuerza popular” del país profundo, parafraseando al nombre del partido del clan Fujimori.
Del otro lado del mostrador,
Pedro Castillo finalizó su campaña con un live con el ex presidente de Uruguay
José Mujica. “Sos nacido en un país que es la historia sangrante de América
Latina” le dijo Mujica a Castillo, a quien le pidió que no abandone la militancia
por los humildes y pobres del Perú, sea cual sea el resultado.
“El hombre es un tipo de
pueblo. No está deconstruido. Hace su esfuerzo, pero le queda mucho por
delante” decían por lo bajo en el entorno de la ex candidata presidencial
Mendoza. Más allá del hecho en particular, quedó en evidencia una campaña
completamente amateur. Castillo nunca pensó en el escenario de segunda vuelta.
Nunca imaginó estar en ese lugar. Lo logró aquella noche en la cual las agencias
internacionales aún no tenían su fotografía lista para presentar los
resultados. Y vinieron dos meses de una fatigosa campaña, con todos los flashes
sobre su cabeza. El profesor sufrió los debates, los actos, las campañas
mediáticas en contra suya y de Vladimir Cerrón, secretario general de Perú
Libre.
LA NOCHE ELECTORAL
El boletín de la consultora
Ipsos puso a Fujimori 0.6% arriba a nivel nacional, en un evidente empate
técnico. Hubo festejos apresurados en el bunker limeño de Fuerza Popular: si
bien en la capital Fujimori arrasaba, en el sur del país era derrotada con contundencia
según esa misma encuestadora.
La propia candidata
presidencial hizo filtrar un video donde se la veía saltando junto a su hermano
Kenji, en una sobreactuación elocuente, tras ver el flash electoral. Megáfono
en mano, Castillo apareció en Tacabamba, Cajamarca, llamando a “la más amplia
cordura” e insistiendo en esperar los resultados oficiales de la ONPE (Oficina
Nacional de Procesos Electorales).
Apenas horas más tarde,
IPSOS dio un nuevo conteo rápido, esta vez de actas: allí Castillo lograba una
diferencia a su favor de 0.4%. Los festejos, en ese momento, cambiaron de
vereda.
En el conteo de la Oficina
Nacional de Procesos Electorales (ONPE), Castillo fue recortando distancias a
medida en que la noche se hizo el lunes de día. Los votos del interior lo
favorecieron: reventó urnas en Puno (89%), Huancavelica (85%), Cusco (82%),
Ayacucho (82%); Cajamarca (71%), Tacna (72%), Huanuco (68%), Pasco (66%),
Amazonas (65%), entre otros estados.
El Arequipa natal de Mario
Vargas Llosa apoyó masivamente al profesor: Keiko sacó apenas 35% allí pese al
ardiente deseo del Premio Nobel de Literatura. Nadie es profeta en su tierra,
podrá decir. A Fujimori no le alcanzó con Lima (65%) y Callao (67%),
probablemente los lugares donde más impactó la campaña urbana “anticomunista”,
que la habían puesto a la cabeza electoral durante las primeras horas de
conteo.
Keiko intentó el lunes por
la noche una denuncia de irregularidades que poco se condice con lo que
presenciaron las diversas Misiones de Observación Electoral presentes en Lima.
Lo hizo basándose en supuestas evidencias de redes sociales: videos y audios de
Twitter. Nada nuevo bajo el sol: Fujimori ya había denunciado presuntos fraudes
tiempo atrás, llevando al país a una situación de inestabilidad. La tercera no
fue la vencida: no hubo dos (derrotas) sin tres.
Castillo, el profesor se
hizo conocido a nivel nacional en la huelga magisterial de 2017. En abril fue
candidato junto a otras 17 opciones, sin grandes espacios en los medios de
comunicación. Se metió en el ballotage a pesar de no contar con grandes
recursos. A todas luces parece ser el ganador de la elección presidencial de
Perú, constituyendo una ilusión para los sectores más postergados del país.
“No más pobres en un país rico” fue su principal slogan.
Si el escrutinio definitivo lo confirma deberá trabajar para intentar hacerlo
realidad. Aun cuando todas las
tendencias marcaban un triunfo casi seguro, el profesor plebeyo volvió a pedir
“calma y serenidad” y defender el voto “hasta contar el último”. Nunca hay que
gritar un gol antes de que entre la pelota. Ni en el fútbol ni en la política. Por
Juan Manuel Karg.
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