El país despertó con la noticia del progresivo recorte de los seis puntos porcentuales que llevaba de ventaja Keiko Fujimori. Desde la madrugada las cifras iban cayendo, hasta que ayer a mediodía Pedro Castillo pasó adelante en la cuenta de votos, ayudado por unos saldos del conteo de votos en diversas regiones que le han favorecido; particularmente la macro región Sur.
Si bien este castigo puso
nuevamente en alerta al país -por lo que implica esta amenaza comunista que
ensombrece nuestro firmamento- es cierto, igualmente, que falta sumarle el
resultado de los votos de cerca de 950,000 peruanos que han sufragado en el
exterior. De tal manera que aún quedan esperanzas de que el centroderecha
consiga remontar el nivel suficiente como para ganar. Aunque fuere por un voto.
Como siempre, la izquierda
–mala perdedora- saltó a gritar ¡fraude! Una palabreja que desespera en los
corrillos del Jurado Nacional de Elecciones JNE vistas las afinidades de su
presidente con el comunismo; así como el temperamento de escasa confianza que
transpira el jefe de la ONPE. Aquello coincidió con el súbito cambio de sentido
de la votación producido, precisamente, a partir de la madrugada del día de
ayer, con lo cual los rojos se quedaron más tranquilos.
Sin embargo, es evidente que
de ocurrir lo contrario, como es previsible, los guarismos volverán a favorecer
a Keiko ayudada por el cómputo de los votos provenientes del exterior. Aunque
aquello recién lo sabremos hacia mitad de esta semana.
Sea lo que fuere el sufragio
del 6/6 es la mejor radiografía de la grave polarización que embarga al Perú.
La mitad del país está con la izquierda; y la otra mitad con el centro derecha.
Una coyuntura de vértigo para cualquier escenario de gobierno, agravada por la
presencia de un Legislativo atomizado, que dificultará hallar puntos de
coincidencia para echar a andar un plan de Urgencia que el nuevo gobierno
pondría en ejecución para impulsar un shock de confianza que destrabe las
inversiones del sector privado, y viabilice así una economía que sobrevive en
estado de coma.
Cada día que pasa la desesperación
popular es más corrosiva. No solo víctima del desempleo desatado por el
miserable Vizcarra -paralizando adrede el país sin haber tenido un plan de
acción y reacción que respalde su osadía, dejando así en la calle a más de tres
millones de connacionales-; sino por el encarecimiento del costo de vida
empujado por esta tenaz devaluación que venimos soportando. A ambos efectos
nocivos habrá que sumarle la frustración ciudadana, tanto por el duelo
familiar, las deudas contraídas para curar a los suyos, el ambiente lúgubre que
reina en el país desde hace un año, la falta de vida social, y la tensión de
subsistir toda la familia metida en uno, dos o, en el mejor de los casos, tres
ambientes en sus domicilios.
Y finalmente, la angustia
política fruto de seis meses de brutales campañas para la primera y segunda
vuelta electoral. La situación del país es muy seria, señores. Sin embargo,
mantengamos la esperanza.
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