En las primeras entrevistas que el presidente Pedro Castillo ha concedido, admite sin ningún rubor que no está capacitado para gobernar y que recién anda aprendiendo a gestionar. Bueno, ni siquiera hacía falta que lo dijera. Basta revisar lo que ha ocurrido en estos primeros seis meses para darse cuenta de sobra de que sus funciones como jefe de Estado las ejerce de tumbo en tumbo, o como los niños, valiéndose de una fórmula cercana al ensayo-error, salvo cuando sus intereses concretos entran en juego.
Pero el país no está
para celebrar estos supuestos errores producto de la inexperiencia política que
en realidad son más bien descomunales metidas de pata por intentar beneficiar,
justamente, muy precisos intereses sindicales o de presunto paisanaje, amén de
premiar lealtades o devolver favores políticos. Eso sí que lo tiene claro.
Un comportamiento
errático que al jefe de Estado le podrá parecer divertido –lo toma como si
estuviese haciendo prácticas preprofesionales– pero que, a desmedro de la
ligereza con que parece tomarlo, le causa un daño enorme al país. El aparato
del Estado, las políticas económicas, el manejo de la pandemia, la reforma de
la educación no son juguetes con los cuales se puede experimentar o tontear.
Y baste mencionar un
solo hecho de los últimos días que grafica a la perfección la gravedad de los
dislates e inconsistencias presidenciales. Su falta de determinación para tomar
decisiones está permitiendo, por ejemplo, que un jefe policial se insubordine
al ministro del Interior de una manera nunca antes vista y permite que,
mientras este conflicto escala, los delincuentes festejen en las calles
haciendo de las suyas y afectando a miles de personas con la pérdida de sus
patrimonios e incluso de sus vidas.
Para el general PNP
en retiro Carlos Morán, experto en servicios de inteligencia, es muy peligroso
–además de altamente sospechoso– lo que el general Javier Gallardo pretende
hacer respecto a la reserva con que cada división policial debe llevar sus
casos. Y está intentando tamaño despropósito, amparado, desde luego, en las
faldas de ese Castillo que en sus entrevistas se presenta, muy orondo, como un
inexperto que necesita tiempo para aprender.
El Perú, sin embargo,
no tiene tiempo que perder. Mucho menos con un mandatario que, a diferencia de
cualquier párvulo o niño en edad escolar, es incapaz de aprender de sus
errores.
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