La corrupción tiene un impacto devastador en el desarrollo político, social y económico del país. Afecta la democracia y acentúa las desigualdades, y en el caso de las regiones, provincias y distritos del Perú, se pierden recursos que deberían destinarse a mejorar las condiciones de vida y garantizar el pleno ejercicio de los derechos de todos los ciudadanos, especialmente de los más necesitados.
Esta situación
plantea el reto de recuperar un país transparente y con funcionarios íntegros.
Pero, también, implica impulsar el empoderamiento de una ciudadanía que vigile,
proponga y tenga un rol activo en el establecimiento de políticas y la
implementación real de la fiscalización en todos sus aspectos.
Que los ciudadanos
aprendan que no se pueden dar segundas oportunidades a los corruptos, que no
debe de existir contemplaciones para llamarlos por sus nombres y que se debe
combatirlos poniendo en alerta a la ciudadanía, pues los que endiosan al
corrupto es porque simplemente les gusta vivir en ella para llenarse los
bolsillos, pues lejos de ella son incapaces de ganarse el pan con el sudor de
sus frentes.
¿Cuántas muertes por
covid se pudieron evitar si habríamos tenido autoridades probas, decentes y
sobre todo humanas?, quizás miles de miles, por eso si estos corruptos no
tuvieron compasión para enriquecerse viendo fallecer en medio de la pandemia a
miles de personas, porque podríamos tener lastima de que vayan a parar a las
cárceles por corruptos.
La corrupción, que
está en proceso de generalización, ha ido debilitando la cohesión social al
carcomer paulatinamente un conjunto de valores importantes en la sociedad, a
tal punto que algunas personas lo ven como normal que otros aplaudan al
corrupto, lo justifiquen y hasta los apoyen.
Eso no es lealtad,
eso es conchabamiento a lo fácil. En la
II parte seremos mucho más radicales con la corrupción. La paciencia es nuestra
virtud.
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