Para Pedro Castillo no hubiera sido difícil poner de primer ministro a alguien que no tenga abierta una investigación por presunta apología al terrorismo. No hubiera sido difícil armar un gabinete de izquierda conformado por personas con competencias técnicas, experiencia, vocación por servir al país y con un compás moral.
No hubiera sido
difícil, pero no lo hizo. En vez, escogió un primer ministro que clava el dedo
en la llaga más honda de nuestro país, el terrorismo; escogió nombrar a un
canciller que fue guerrillero; prefirió armar un gabinete casi exclusivamente
conformado por hombres, muchos sin ninguna experiencia en los temas
relacionados a su despacho.
Básicamente, Pedro
Castillo optó por revelar al Perú que su “palabra de maestro” no vale nada.
Como dicen, en
política nada es casualidad. Castillo (con el cerebro de Cerrón detrás) ha
puesto a los peruanos en jaque. Es que ¿cómo podemos los que amamos a este
país, los que queremos construir un futuro acá, aceptar a un gabinete como el
actual? ¿Cómo pueden nuestros congresistas darle la confianza al gabinete
Bellido sin traicionar los principios por los que juraron hace tan solo unos
días?
Sin embargo, si no se
otorga la confianza a este gabinete, Castillo estará un paso más cerca a poder
cerrar el Congreso constitucionalmente para concentrar el poder por unos meses
y concretar su plan de convocar a una Asamblea Constituyente.
Por más duro que sea,
lo más lógico es que el Congreso otorgue la confianza. Al fin y al cabo, si no
hay Congreso, no hay un espacio institucional desde el que la oposición pueda
luchar. Y hoy esos espacios tienen que valorarse más que nunca.
Sí, otorgar la
confianza es lo más estratégico, pero eso no quiere decir que no sea también lo
más doloroso.
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