Los pergaminos profesionales no hacen de la persona un mejor trabajador, y eso quedó demostrado con el supuesto gobierno de lujo de Pedro Pablo Kuczynski. Pero, el extremo tampoco garantiza lo contrario. Y el gobierno de Pedro Castillo parece tomar la segunda opción, al menos en algunos puestos clave.
Aquí caben tres
alternativas: la primera se sustenta en el pago de favores a los grupos
políticos y sindicales que apoyaron a la campaña de Castillo. La segunda: no
hay más cuadros en Perú Libre ni en sus aliados. La tercera: hay una intención
siniestra de romper la institucionalidad para crear el caos.
Repartir el poder es
un ejercicio democrático que desarrolla cada nuevo gobierno. Así que cada cinco
años vemos titulares en medios alusivos a la repartija. Lo hace la derecha y la
izquierda. No dosificar los cargos con otros partidos crean sabotajes que
pueden costar, incluso, gobiernos. Perú Libre lo hace, pero no de manera
eficiente.
La falta de personas
de alto nivel ejecutivo es un problema para Perú Libre. Esto se acrecienta
cuando algunos funcionarios prefieren dar un paso al costado antes de
enfundarse el chaleco de un gobierno de izquierda. Y aquí parte de la culpa es
el retraso de la promulgación de los resultados de la segunda vuelta.
Crear desasosiego es
una alternativa que impide ver el trasfondo de las decisiones del gobierno. Por
ejemplo, designar como directora de Provías a una abogada recién titulada no es
un mero capricho, sino una insinuación de que aquí se hace lo que Perú Libre
quiere. Y esto es una provocación al estatus del aparato público.
Tenemos para escoger.
Mientras tanto, considero que la gente de confianza no tiene más definición que
su misma palabra. No obstante, el abuso del poder genera el resquebrajamiento
del propio Estado y su ya débil estructura. Más daño no se le puede hacer que
bombardearlo por dentro. Esperemos que, por el bien de todos, incluso del
gobierno, las cosas cambien.
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