El liderazgo de Castillo se viene cuestionando desde un sector del Congreso y sus seguidores, la prensa y desde su propio (más bien prestado) partido. Los bajos niveles de aprobación ciudadana (en particular en Lima) son también una señal de alerta. El liderazgo es la habilidad para persuadir a otros sobre la importancia de una determinada meta, lo correcto del camino elegido, así como lograr la cooperación de la mayoría en ese proceso. ¿En eso estamos?
Una creencia muy
difundida es que esta capacidad es una expresión de cualidades personales,
innatas o aprendidas en la vida. Hay una amplia literatura que desmiente esta
creencia. Si bien lo personal cuenta, también hay que tomar en cuenta el
contexto general, las características y comportamiento de oponentes, seguidores
y ciudadanos (yo soy yo y mis circunstancias decía Ortega y Gasset); la visión
o ambición que el líder logra transmitir; así como la acción política y de
gestión, que ayudan a legitimar o no el liderazgo.
Con relación a lo
personal, se puede hablar de habilidades técnicas, cognitivas e
interpersonales. En lo técnico, un presidente necesita una visión general, pero
para los detalles y la ejecución están los ministros. Las últimas declaraciones
sobre una suerte de “contraloría popular” dan cuenta de que en lo técnico anda
confundido y ya sabemos que algunos ministros no solo no ayudan, sino que son
fuente de inestabilidad.
Con relación a las habilidades
interpersonales, el mandatario se siente el líder del pueblo, pero sigue en la
lógica de ver al contrincante como el enemigo. Más allá de la oposición ultra,
que se mueve también en un concepto binario de la política, hay muchos otros
sectores con poder con los que debería conversar. En lugar de ponerse por
encima de las grescas, se mantiene en el mismo escenario de confrontación.
Ciertas
características personales pueden facilitar el liderazgo en determinadas
circunstancias o lugares, pero no en otros. Castillo logró ejercer liderazgo
gremial, donde la lógica es la de aglutinar intereses para presionar a quienes
tienen el poder. Logró un relativo liderazgo electoral porque su discurso se
conectó con una población ansiosa de cambio y por las falencias de liderazgo de
sus rivales.
El actual presidente
tiene problemas para liderar en el actual contexto, pero no se puede decir que
en los otros partidos esa cualidad abunde. Y ahora como presidente tiene un
sector de la oposición que busca vacarlo y un socio que solo quiere usarlo.
El centro electoral
apoya con votos en el hemiciclo, pero tampoco muestra mayor interés por
respaldar a un gobernante que anda ocupado, entre otros menesteres, en resolver
las pugnas internas entre su facción y la de Perú Libre. ¿Tiene las habilidades
que esta situación requiere? ¿Creerá que si él representa al pueblo los otros
son los enemigos? Y ahora hay que preguntarse si su concepto de “pueblo”
incluye a las mujeres.
Cerrón usa a Castillo
para acumular fuerzas. Pero también Castillo utiliza la situación para hacerse
un lugar. Sabe que tiene un partido prestado. Ya inscribió al sindicato que le
sirve de base social, buscó que su grupo lidere la Comisión de Educación, el
Partido Político Magisterial y Popular está buscando su inscripción, etc. Los
desatinos en diversos nombramientos pasan por esa dinámica de negociación,
enfrentamiento y búsqueda de cooptación.
Cerrón y Castillo
tienen una buena parte de sus cabezas en esa agenda. Mientras tanto, ahí están
algunos ministros, en su mayoría ajenos a ambas facciones (economía, salud,
educación, justicia), haciendo lo que se puede. Lo que no ve el presidente es
que si algo puede construir liderazgo son los logros en gestión y una agenda
para el país. Lo que el profesor no entiende es que el cargo no es suficiente.
La presidencia no otorga automáticamente liderazgo.
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