El nivel de desgobierno que embarga al Perú revela que estamos siendo víctimas de la destrucción del Estado. Y consecuentemente, de la descomposición de la sociedad. La culpa no es de nadie más que del esperpéntico régimen comunista que encabeza un improvisado profesor de primaria de exiguo nivel de aprendizaje. Aparte, opuesto a aggiornar su cultura por temor a exhibir su ínfima cota de conocimientos dentro de una justa metodología meritocrática.
¡Claro, nos referimos a Pedro Castillo! Un sindicalista perteneciente al
movimiento gremial patrocinado por sendero luminoso que, en 2017, saltó a la
fama precisamente por incendiar la pradera para impedir que el Ministerio de
Educación ubique a los maestros dentro de una escala salarial, según sus
estratos de preparación cognitiva/profesional. Ahora es el mandatario del Perú.
Y como no podía ser de otra manera, el entorno que le acompaña tiene
idéntico perfil. Gente que ve al amateurismo como modo de subsistencia;
alabando la ley del mínimo esfuerzo; preparándose para enfrentar su
subsistencia en base a la violencia, el odio y el descontento. Un grupo humano
que ha hallado en la pendencia, la rebeldía -incluso el terrorismo- su manera
de destacar en la vida. Ahí están esos bellidos, las boluartes, los bermejos,
cerrones, castillos, etc., como prueba fehaciente de esta terrible realidad.
El asunto, amable lector, es que hoy Castillo es presidente porque supo
aprovechar el descontento generado por dos miserables -Vizcarra y Sagasti– que
desatendieron al pueblo con el fin de agudizar las diferencias entre pobres y
ricos, gestionando la peste Covid con los pies. Dúo que se negó
sistemáticamente a la compra masiva de pruebas moleculares, respiradores
mecánicos, camas UCI, plantas de oxígeno, etc., como táctica para enervar a la
sociedad. Rufianes que indujeron así a los peruanos a votar por el comunismo
que, como suele hacerlo, se presenta ante los menesterosos como el jarabe
curalotodo.
El resultado fue esa elección amañada de Castillo y compañía, quien hoy
demuestra no ser la panacea que prometió sino un dirigente de neófitos en
materia de gestionar el Estado, decidido a seguir agudizando las
contradicciones para incrustarnos un Estado comunista.
Hablamos de una gigantesca aplanadora decidida a imponernos las miserias
de Cuba o Venezuela como modo de vida, mientras la jerarquía en el poder vive
en opulencia a costa de los 32 millones de peruanos. Es el patrón de los
regímenes comunistas. ¡Lo que ocurre es que cuando el pueblo se percata de
aquello, ya es demasiado tarde! Por eso es imprescindible, primero, hacerle
entender esto al vecino que vive engañado por las prédicas buenistas del
marxismo; y luego mantener vivo, a tope, el espíritu opositor entre la
ciudadanía.
El desgobierno es cada vez más notorio en la gestión Castillo. Las
pendencias entre facciones –Cerrón, Bellido, Boluarte, Castillo- impiden
cualquier intento de gobierno. Y aquello repercute agigantando este caos que,
cada día, vivimos de modo más notorio. ¡Resulta capital la unidad de la
oposición! No necesariamente entre los políticos sino, sobre todo, entre la
población. ¡Si queremos paz, preparémonos para la guerra!
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