El mejor aliado de Hugo Chávez fue la seudooposición que tuvo en la Asamblea Nacional Venezolana. No fueron los militares ni las poblaciones vulnerables cautivadas con el populismo asistencialista que implementó en los primeros años. Una oposición fragmentada, carente de toda inteligencia política y completamente desestructurada dieron carta libre para que el comandante se despache a sus anchas e implemente su “socialismo del siglo XXI”.
El mejor aliado que
Pedro Castillo puede encontrar y de hecho está encontrando, es el Congreso. Es
increíble que el partido de gobierno, con esa evidente improvisación, esté
dando pasos más firmes en la consecución de sus objetivos, y que la oposición,
desde la vereda de enfrente, siga de espaldas a la verdadera problemática que
el Perú enfrenta. La mayoría sigue mirándose el ombligo (o la billetera) y solo
algunos avanzan en solitario intentando fiscalizar, legislar o, por lo menos,
trabajar en lo que sea que estén trabajando. La calle no ve avances. Transitar
por el Perú sigue siendo un ejercicio enigmático, los precios suben, el empleo
baja y la esperanza, en caída libre.
La parcial caída del
gabinete Bellido es solo un antiácido. Es cierto que algunos nombres denotan un
mejor tinte democrático, pero tampoco son las fichas que este tablero necesita.
Por lo menos el dólar lo agradece.
Sin un Congreso que
asuma verdaderamente su mandato representativo y una ciudadanía que exija
resultados con firmeza y responsabilidad, el gobierno de Pedro Castillo –y
nosotros con él– vamos camino a un desgobierno del que nos va a costar mucho
salir. Castillo amanece y anochece con un láser rojo en la frente, mientras el
Congreso no produce nada y usa fondos públicos para hacer vida partidaria,
mostrando el mayor desprecio por la ley y por la gente. Ya vivimos esto en el
2016 y el final de esa historia, todos lo sufrimos hasta hoy.
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