Toledo consolidó su ascenso al poder denunciando a Fujimori por corrupto. Teatralizó dramáticas escenas para acusar a su antecesor de haberle robado al Estado. Con ello sembró la semilla del odio que aún ahora mantiene irreversiblemente polarizados a los peruanos. Montó ese espectáculo con enorme sentido cinematográfico adonde uno de sus principales protagonistas fue Gustavo Gorritti, el operador caviar que hasta ahora acaricia al Ministerio Público y al poder Judicial. Tanto que los fiscaletes estrella Vela Barba y Pérez Gómez jamás maltrataron a Toledo como hicieron con todos sus rivales políticos, a quienes continúan crucificando sin haberles presentado acusación formal alguna. Recordemos a Gorritti Ellenbogen -con máscara militar anti gases- en primera línea de la marcha de “los cuatro suyos” que, finalmente, puso en palacio al toledano. Cinco años más tarde, Toledo dejaba palacio con al menos veinte de aquellos treinta y cinco millones de dólares que exigió a Barata. Quedan aún quince millones en debate entre esa mafia de hipercorruptos que confabularon con Toledo para robarle al Perú.
El año entrante,
Alejandro Toledo podría estar de vuelta al barrio trajeado de reo. Lo decimos
en condicional porque aún se da maña para sacar conejos de la chistera ante el
juez californiano Hixson. Esta vez, imputando a Kuczynski de coludirse con
Barata, tal cual hace cuatro años su esposa Eliane amenazó a quien fue su ex
primer ministro: “Qué vergüenza, PPK. Tú que tantos negocios y lobbies has
hecho, no me hagas hablar ‘because I know what you did las time’”! Toledo es un
tipo sin bandera; por ello dañino. Ciertamente muy tóxico para quienes le
rodearon al límite del endiosamiento. Por tanto hay una soterrada resistencia a
que venga. La prueba está en que la Justicia peruana no lo ha extraditado en
los casi cinco años desde que fugó hacia EEUU. ¡Sin embargo, vendrá! No hay
deuda que no se pague ni plazo que no se cumpla. Y mucha gente tiembla
imaginándose ver acá a un Toledo esposado, enrostrándoles haber sido víctima de
su chantaje (narrado a continuación), y testigo de su millonaria corruptela.
Toledo jamás gobernó.
Más bien reinó rodeado de gente preparada, a quien encandiló con la narrativa
del lustrabotas-canillita de la puna, pleno de miserias, que colmara sus sueños
siendo presidente. Toledo, gran zamarro, fingía estar encima del bien y el mal.
Pero nadie entendía por qué El Comercio y La República tapaban sus trapacerías.
¡Se sabría luego! Exigían que Toledo manipule la quiebra de canal 4 para
entregárselos a precio infame. Le chantajeaban con divulgar sus escándalos
familiares, personales y el tráfico de influencias que gestaba para blindarse
de los arreglos que, en secreto, pactaba con Odebrecht. Ambos diarios lanzaban
informaciones de contenido golpista y encuestas amañadas exagerando la
impopularidad de Toledo. ¡El objeto era ponerlo contra las cuerdas! ¡Hasta que
El Comercio publicó una portada exigiendo que Toledo diese “un paso al
costado”! Ese día ambos diarios recibieron canal 4 a precio vil. Y en adelante,
Toledo volvió a ser el mejor presidente peruano para ambos periódicos.
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