El caso de la reforma universitaria nos restriega en la cara el drama que vivimos hoy en el Perú: ante un Ejecutivo mediocre e incapaz, con sospechas por doquier, de nada sirve mirar al otro costado, pues en la oposición que llega desde el Congreso encontramos varias perlas también y una falta de entereza e integridad. Es como si el peruano promedio no pudiera refugiarse en uno de los lados, porque en ambos se cuecen habas.
Y, desgraciadamente, cuando
de discutir sobre el futuro de la reforma universitaria se trata, los extremos
en disputa se juntan y se confunden en olor a promiscuidad. Porque los
izquierdistas radicales de Perú Libre se alinean con los derechistas
conservadores de Renovación Popular, ambos juntitos y revueltos en contra de
Sunedu y a favor del negocio de las universidades de poca monta o de dudosa
calidad.
La Comisión de Educación
del Congreso, salvo muy contadas excepciones, tiene una vocación anti
reformista, una vocación por el retroceso hacia las universidades negocio. Y lo
peor es que en el gobierno de Pedro Castillo el asunto pasa por lo mismo.
Sienten lo mismo respecto al tema, como se puede ver en ese comunicado del
Minedu que apenas dice nada. El mismo Castillo exhibió en campaña un ímpetu
contrario a la Sunedu y favorable a la informalidad del negocio, antes que a la
calidad educativa. ¿Qué se puede esperar, pues, de un presidente que está más
preocupado en asegurarles el poder a sus amigos del sindicato que él impulsó
desde hace años en esta pugna con Patria Roja?
Nadie dice que la reforma
universitaria y la Sunedu son absolutamente intocables. Que se debata y se
mejore lo que se tenga que mejorar, siempre bajo criterios estrictamente
técnicos. Pero tirar por la borda las pocas reformas que hemos podido
consensuar en el país y retroceder avances saludados por varios sectores es un
despropósito. Un despropósito que es avalado por ambos poderes del Estado, por
lo visto.
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