La vacancia presidencial es una institución legítima que ha sido utilizada para retirar a quienes no han merecido seguir en el Sillón de Pizarro por inmorales. Vizcarra es uno, y considero que Castillo ha caído en todos los supuestos.
Empero, dicha figura sigue
siendo un factor de polarización nacional no solo política, sino, sobre todo,
social y económica. Es una medicina que no termina de curar todo; y el Perú se
desangra. Luego de la disolución ilegal del Congreso y de la vacancia del 2020,
hemos vivido consecuencias nefastas en el manejo democrático del país.
Por ello, es fundamental
que la vacancia pueda, de tener éxito, contar con una salida, una propuesta que
permita a los más de 30 millones de peruanos levantarnos del hoyo que cómplices
y egoístas han provocado por mero interés personal.
Esta propuesta debe incluir
no sólo una fórmula de corto y mediano plazo, sino además a todos quienes
tengan la capacidad -y compromiso- de otorgar respaldo y legitimidad luego de
producida la vacancia, para que se pueda garantizar una transición sin mayor
hundimiento y menos traumática. Esto, naturalmente, implica acuerdos, cesiones
y concesiones.
Organizaciones sociales,
gremios empresariales, iglesias, medios de comunicación, colegios profesionales
y universidades, entre otros, pueden ser, sin duda, grandes garantes. Sin
embargo, la gran responsabilidad y toma de decisiones pasa, casi
exclusivamente, y así lo ha demostrado la historia reciente, por los partidos
políticos y/o sus bancadas parlamentarias.
Vacado Castillo, la
Constitución ordena una sucesión que debe, estrictamente, cumplirse sin gesto
alguno. La pregunta es: ¿estamos listos para asumir dicho gobierno? ¿Entraremos
nuevamente en un círculo vicioso?
Ante ello se debe plantear,
dejando personalismos de lado, una propuesta política histórica que permita un
acuerdo coincidente de la mayor cantidad de fuerzas políticas, el cual quizás
se tenga que tomar incluso antes de los 87 votos, pues se debería evaluar ante
la continuación de esta actual administración de gobierno nefasta, la renuncia
de la vicepresidenta Dina Boluarte.
Debería emerger la figura
política de alguien que tenga capacidad convocante, sin cuestionamientos y,
sobre todo, sin que se perciba que está en campaña o pretenda estarlo, con
experiencia y que tenga el respaldo de uno o más partidos políticos de
prácticas democráticas.
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