A la política nuestra de cada día le resulta fácil darnos zorro por perro, gato por liebre, pelícano por pavo, cuervo por paloma, otorongo por congresista, lobos disfrazados por corderos, vividores por servidores, “comechados” por funcionarios, “chihuanes” y “agüeros” por padres de la Patria, involución por revolución y hasta discípulos del terrorismo senderista como ministros de Estado.
Mea culpa de por
medio: nos falta esos dos dedos de frente necesarios para tener lucidez y
responsabilidad frente a las ánforas. Persiste el desdén por la cultura
política y así, a ciegas, elección tras elección, atraídos por la promesa
barata, tropezamos con la misma piedra, la de la frustración. Y la consecuencia
directa es que no salimos del círculo vicioso del país que grita más fuerte un
gol que por un dislate de los gobernantes de turno.
Por ejemplo, Pedro
Castillo le pintó pajaritos en el aire al “pueblo” con frases de Vladimir
Cerrón como “no más pobres en un país rico” y, luego de cien días depositado en
Palacio de Gobierno, su “palabra de maestro” está en rojo, se ha devaluado y
apela a la victimización y los mensajes clasistas (“pituquitos que no saben
cómo se labra la tierra”) para sustentar el descalabro al que está llevando al
Perú.
Y mucho cuidado que
se vienen las elecciones regionales y municipales y muchos ya se frotan las
manos porque las gobernaciones y los municipios también son vistos como
botines. Hay un video en el que Guillermo Bermejo amenaza que “si tomamos el
poder, no lo vamos a dejar”. Distanciados o no, los del lápiz sueñan con una
nueva Constitución para no soltar la mamadera; es decir, seguir dándonos “Run
Run” por perro.
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