No hace mucho la premier Mirtha Vásquez afirmó que ella no era antiminera, pero lo que –ahí “mátalas-callando”, como suele decirse en la verba popular– hizo el fin de semana la ha retratado de cuerpo entero.
El problema con la
premier es que ni siquiera las atalayas de poder político a que ha accedido en
los últimos años le han permitido aprender que las ideologías no siempre tienen
un correlato con las responsabilidades que exige la realidad peruana de
cualquiera de sus autoridades o liderazgos.
Es increíble que no
se dé cuenta todavía del daño que le hace al país, y peor aún en las
circunstancias que atraviesa, al retomar e intentar llevar a cabo, al más puro
e ilegítimo caballazo, sus discursos y posiciones antiextractivistas, que
vienen desde cuando compartían jornadas con Marco Arana en el Frente Amplio.
Como estaba visto, su
unilateral decisión de anunciar el cierre de cuatro minas en Ayacucho, que se
encuentran en plena producción, sin dialogar previamente con las empresas
afectadas, los gremios y menos aún con los miles de trabajadores que perderán
sus empleos, trajo consecuencias de inmediato.
Ayer, las acciones de
Hochschild Mining, que posee dos de las cuatro minas afectadas –Inmaculada y
Pallancanta– se vieron fuertemente perjudicadas en la bolsa de Londres (al
mediodía la pérdida llegaba al 50%) ante la incertidumbre generada. En el
mercado local, la BVL terminó a la baja con una caída de 1.46%, arrastrada por
la incertidumbre del sector minería.
La arbitrariedad de
la medida fue reportada por el Financial Times, donde un analista de JP Morgan
destaca que esta situación incrementa el “riesgo geopolítico para las mineras
operando en Perú”. El impacto de esta influyente publicación no tardará en
expandirse entre inversionistas de todo el mundo, que de hecho ya veían al Perú
como una zona de riesgo para desarrollar operaciones a futuro, con un gobierno
tan errático como el de Pedro Castillo.
Pero si cualquier
decisión de negocios en nuestro país –que las requiere con urgencia tras el
desastre de la pandemia– era antes difícil, de prosperar esta gruesa violación
del Estado de derecho, pues las volverá simplemente imposibles. ¡Lo que nos
faltaba!
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