No nos simpatizan
los paladines de la justicia, ni los fariseos hipócritas que se consideran
dueños de la verdad; los hemos enfrentado y lo seguiremos haciéndolo, no por
capricho, sino porque odiamos el engaño politiquero, de unos cuantos ambiciosos
e inmorales por el poder del gobierno
regional.
Hay quienes afirman
que la naturaleza humana es esencialmente buena y que, por lo tanto, tenemos
razones válidas para confiar en nuestro juicio colectivo. Pero hay un problema
con esta perspectiva: no corresponde a la realidad.
En medio del debate
perenne sobre la moralidad, surge una pregunta crucial: ¿Quién tiene la
autoridad para decidir lo que es bueno y lo que es malo? Desde luego, existen
muchos puntos de vista sobre el bien y el mal. Para algunos, sus opiniones al
respecto se han convertido en una verdadera cruzada personal. Estas opiniones
dividen a las distintas generaciones e incluso a las familias. Por un lado,
pueden determinar lo que es considerado políticamente correcto, y por el otro,
lo que se juzga como un rasgo de intolerancia o estrechez mental.
Es penoso observar
al seudo colectivo anti corrupción, que persigue incansablemente a Javier
Alvarado, pretender arrinconarnos con su
sectarismo a ultranza, de ser los paladines de la justicia y aunque solitos se
han descubierto, al aceptar que están detrás del poder regional, es importante
y obligatorio deslindar con estos lunáticos (as).
En este debate hay
unos que piensan que los seres humanos deben tener una libertad casi ilimitada
para hacer lo que les plazca. Los del bando contrario creen en principios
absolutos que definen lo que es correcto o incorrecto.
El poder discernir
entre el bien y el mal va más allá del ámbito de las ciencias físicas. Estos
principios no pueden ser medidos en metros y milímetros o en toneladas y kilos.
Las cualidades espirituales como el honor, el respeto y el amor son los
elementos fundamentales que debemos tener en cuenta para poder hacer una
evaluación correcta. Teniendo en mente esto, es necesario considerar las
repercusiones de lo que hacemos. Todos nuestros actos producen consecuencias,
ya sean positivas o negativas.
Comprobar que una
autoridad gana sin trabajar u otra(s) persona(s), dejan a sus familiares muriéndose,
solo por buscar alcanzar sus ambiciones personales, nos indican ya, que algo se
pudre en ese grupo. ¿Entonces quien representa el bien o el mal, o que son
realmente Javier Alvarado y/o Lita Román, quienes se disputan el poder del
gobierno regional?
Para el grupo que cobija
Lita Román, es imprescindible que caiga el primero, para así hacerse del poder
y con esta baja, poder usufructuarlo y
satisfacer así sus ansias monetarias. ¿Alguien lo duda?, basta preguntarnos ¿quien
financia esta loca persecución, que busca sentenciar a Alvarado para así ellos
obtener el botín, relegándolo del cargo?
Casi todo el mundo
reconoce que las necesidades del individuo están limitadas por las necesidades
de la comunidad. Para poder formar un juicio acertado acerca de lo que es bueno
y lo que es malo, es imprescindible mirar más allá de nuestros deseos, placeres
o necesidades del momento, teniendo en cuenta el valor de nuestras acciones y
sus consecuencias a largo plazo.
Somos capaces de
identificar muchos de estos temas cruciales y de ver la necesidad de
afrontarlos. Pero ¿somos capaces de evaluarlos satisfactoriamente, de tal forma
que las conclusiones a las que lleguemos puedan identificar una verdad inobjetable
y contundente? La experiencia nos demuestra claramente que no lo podemos lograr.
¿Quién puede darnos
esa orientación sobre el bien y el mal? A menos que exista un Ser Supremo que
revele las verdaderas respuestas a los interrogantes sobre el bien y el mal, no
tenemos dónde buscar ayuda. Una persecución por obvia razón, debe tener un interés:¿es
interés del grupito que encabeza Lita Román, la búsqueda de justicia? O ¿solo representan
al sectarismo en pos del poder, para hacer lo que critican del oponente? Como sabemos que
todo sacrificio no es en vano, obviamente nos quedamos con este último.
Ceder al sectarismo es ser tontos útiles
Fue precisamente
esta clase de razonamiento lo que llevó a Adolfo Hitler a iniciar la segunda
guerra mundial. Él se convenció a sí mismo y a sus seguidores de que él sabía
lo que era mejor para la humanidad. Creyó que podía decidir cuáles seres humanos
eran superiores y dignos de vivir, y cuáles eran inferiores y debían ser
exterminados en beneficio de la humanidad. Pensaba que él
debía determinar lo que era bueno y lo que era malo. Su meta era imponer su
opinión de lo que constituía un mundo ideal: un reinado.
Hoy la vice Pdta. Lita
Román y su sectario grupo, nos quieren imponer NO un modelo de conducta, sino
una idea general de que ellos representan a los “buenos”, cuando no lo son.
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